HOMENAJE A LA MEMORIA DE MI PADRE ... UN GRAN ESCRITOR.... " CESAR AUGUSTO BARRIOS."
ESTOS SON SUS HISTORIAS, TRIUNFOS Y VIVENCIAS....
LAS EXTRAORDINARIAS
HISTORIETAS DE ROSA
POCAS CACHAS
Rosa Pocas
Cachas le decían en su pueblo a la pobre anciana que a sus setenta y pico de
años, poseía la estupenda habilidad de confeccionar flores artificiales que
tanto de lejos como de cerca, daban la impresión de ser verdaderas flores
naturales.
La anciana
tenía una forma maravillosa de comportarse con el vecindario de su barrio, lo
que la avalaba para ser querida y admirada por todos. Su verdadero nombre era
Rosa María del Tránsito Campo Verde, pero por las pocas cosas que vendía a
parte de sus flores, los insolentes muchachos le habían clavado el sobre nombre
de pocas cachas, sobre nombre que a ella le valía un bledo y seguía el rumbo de
su vida en forma normal, eso si, recordando de cuando en cuando los momentos
felices que compartió con su marido ahora ausente, transitando muy quedo por
los caminos luminosos de la eternidad.
En la
plenitud de sus treinta años, su compañero de vida fue un competente bachiller
en ciencias y letras, pero la falta de oportunidades en buenos trabajos, lo
obligó a quedarse como Inspector de Sanidad dirigiendo cuadrillas de mozos para
combatir una plaga de zancudos trasmisores del paludismo que por la poca
higiene practicada por sus habitantes, había invadido ferozmente al país allá
por la década de los años cuarenta, del ya famoso siglo XX.
Lucio Hermógenes Capa Negra era el nombre del
dinámico marido, y la mayor parte de su tiempo lo pasaba fuera de su hogar,
generalmente visitando pueblos afectados por la plaga dentro del territorio
nacional para combatirlos con efectivos insecticidas, lo que a su vez le daba
la oportunidad de conocer de cada uno de ellos su historia, modales y
costumbres de sus gentes e inclusive, la forma de pensar en torno tanto a
ideologías políticas como religiosas.
Capa Negra
tenía en mente redactar un libro en el cual se plasmara todas sus vivencias
realizadas en cada pueblo visitado, que a decir verdad, eran ya muchos. Y lo
quería redactar, porque consideraba que en su país se carecía de tal
información.
Todos los
días, al dinámico hombre, le revoloteaba en su cabeza el título de su obra, el
que realmente no estaba mal, pues pretendía nominarlo con el sugestivo nombre
de: Geografía Física, Económica y Política
de Cara Sucia, su país natal.
Prácticamente
Capa Negra no ganaba mucho en el cargo que desempeñaba, pues los sueldos que
pagaba el gobierno en las medianías del siglo XX eran sueldos de hambre pero
así y todo, le ayudaba a su mujer con la que había procreado un robusto varón
el cual, ahora en su vejez, era el que la sostenía económicamente al girarle
mensualmente desde el extranjero, lugar donde residía, la remesa familiar por
él asignada
Honestamente,
Rosa Pocas Cachas y Capa Negra fue una
pareja sin igual, se llevaban a las mil maravillas, la mujer muy hacendosa y el
marido muy responsable en la dirección de su hogar.
Un buen día,
con mucho sacrificio, logró la impresión de su libro y se llevó la grata
sorpresa, que a pesar de ser la primera edición, se vendió como pan caliente.
Ese libro
vino a ser un paliativo en la economía de Capa Negra, pues le subsanó
deficiencias transitorias en el flujo de sus ingresos y logró, con sus
magníficas ganancias, establecerle a su mujer un modesto taller de modas e
inclusive, una surtida floristería.
Rosa Pocas Cachas, en sus mejores años y en compañía de su marido fue
feliz, de eso no había duda, y le agradaba narrar a sus amigas que la visitaban
las experiencias adquiridas por éste en las peligrosas andanzas por aquellas
inhóspitas aldeas, valles, caseríos y pueblos de su querida patria, combatiendo
al terrible insecto trasmisor del mortal virus del paludismo
Pero una de
las narrativas que impactaron en el ánimo de Rosa, fue aquella que su marido le
contó con lujo de detalle y se circunscribía a un solo hecho inaudito en la
vida de un pobre hombre, que de criminal no tenía ni un pelo y sin embargo, por
los errores garrafales en la interpretación del Derecho Penal que realizan politiqueros
litigantes o famosos penalistas, hacen sucumbir al infierno a inocentes
individuos que jamás cometieron el delito atribuido o bien, llevar a las
puertas del cielo a pícaros más temibles que el mismísimo Lucifer.
Realmente
que la historia que le narró Capa Negra a su mujer fue una de esas, en la que
campeó la injusticia por no analizar a profundidad y a conciencia los hechos
consumados por cada uno de los jueces defensores nombrados de oficio, e involucrados de manera absoluta en el
mentado juicio.
Bien decían
nuestros antepasados con sus dichos famosos: Las apariencias engañan, no todo
lo que brilla es oro, el buey solo bien se lame, agua que no has de beber
déjala correr, no te creas de ojos llorosos ni de personas con dientes ralos ni
mucho menos, de zalamerías de mujeres bonitas y así por el estilo.
Y la verdad
fue que todo el significado de esos dichos, según Capa Negra, se pudo observar en
el injusto jurado que condenó a dieciséis largos años de cárcel a un pobre
carpintero conocido en su pueblo por magnánimo y servicial, como Anselmo Pies
Calientes.
La
mencionada historia, que con lujo de detalle aun sigue narrando Rosa, en el
ocaso de su sol, es la siguiente:
Anselmo era
un muchacho que frisaba más o menos entre veinticuatro a veintiséis años de
edad. Aurora, su mujer, una hermosa hembra que era un año menor que él, y a
decir la pura verdad, no le era del todo fiel pues le coqueteaba al señor
Comandante y al hijo del señor Alcalde con los cuales, se suponía, tenía
relaciones peligrosamente íntimas.
Menos mal, y
era el decir de las gentes curiosas que en todo están menos en misa, que el
engañado Anselmo a pesar de tener ya dos años de estar acompañado de la bella
Aurora, no había podido engendrarle un hijo a tan elegante fémina.
La verdad
era que a pesar de no tener descendencia, confiaba en ella y jamás sintió, ni
en broma, el cosquilleo terrorífico de los celos.
- ¡Vaya
mujercita más calenturienta! – decían todas las beatas del lugar, señalándola
como una vulgar mujerzuela.
Pero de todas esas señoronas que se la
llevaban de puritanas y que se daban el lujo de desacreditar desorbitadamente a
la elegante y hermosa mujer, de diez vejestorios no salía una sola que en su
juventud, no haya dado un tan solo barquinazo.
Pues bien, Anselmo era un hombre callado,
pasivo en extremo, sus amigos eran escogidos y jamás le contaba sus cuitas a
cualquier amigote pero eso sí, con sus compañeros de taller, mantenía muy
buenas relaciones sociales y laborales, era condescendiente y muy puntual y en
síntesis, muy apreciado por sus patrones.
Un día
sábado de mediados de diciembre, al medio día, fue invitado por algunos
compañeros suyos a libar un poco de licor en uno de los concurridos bares de la
ciudad. Sinceramente Anselmo era de aquellos hombres que muy pocas veces le
agradaba visitar esos lugares, prácticamente no era adicto al alcohol pero este
día, impulsado por el deseo de complacer a sus compañeros aceptó, en primer
lugar porque ya habían terminado sus labores semanales y segundo, porque ya se
presentía un preámbulo alegre de Nochebuena.
Entre broma
y broma, pláticas formales e informales,
copas tras copas y un ambiente saturado de humo de cigarrillo y zumo de alcohol
y la Sinfonola a todo volumen, el tiempo corrió inexorable y ninguno de los que
circundaban la mesa, amigos todos desde luego, se había percatado que el día le
había dado paso a la noche. En todos los relojes, se marcaban las nueve pos
meridiano.
De repente y
sorpresivamente con malas intenciones, un grotesco hombre un tanto ebrio y
amenazante dirigiéndose a la mesa donde se encontraba Anselmo compartiendo
alegremente con sus amigos, el atrevido visitante la arremetió con él
gritándole un sin fin de cosas.
-¡Imbécil!
Hombre mal nacido, como permites que a tu mujer te la manosee un pícaro ladrón
como el hijo del Alcalde. ¡Tened dignidad! – dijo dando un fuerte golpe en uno
de los filos de la mesa que hizo zarcear las copas, algunas llenas de licor,
para luego agregar – Yo, en lugar tuyo, ya lo hubiera mandado hecho pedazos a las
puertas del infierno.
Anselmo se
paró furibundo, sus labios temblaban de cólera y con la rapidez de un rayo,
tomó de la camisa al desbocado agresor y después de zarandearlo, le gritó:
-¡Pruébalo
desgraciado que mi mujer me engaña! Y si es verdad lo que dices, te lo aseguro,
que hoy mismo mato a su amante - y diciendo esto, lanzó al borracho
violentamente al suelo y de inmediato, sus amigos lo contuvieron para que no
fuera a cometer una total locura sin tener pruebas de lo mencionado por el
impertinente borracho desconocido.
La
intervención oportuna de sus amigos lograron en parte calmar su alterado estado
anímico, actitudes que lo hicieron reflexionar en torno a tan desquiciada forma
de actuar y retornar, luego, a su pasiva y acostumbrada manera de ser.
En ese
instante se dejó escuchar el trino de las guitarras de Los Diamantes entonando
luego, e impecablemente, la letra de la famosa canción “Usted”.
A partir de
ese momento su estadía con sus amigos ya no fue la misma, se mostraba inquieto
y desesperado por irse a su hogar, sin embargo se contuvo para evitar malos
entendidos y decidió, con acertada lógica, compartir con ellos un rato más.
El borracho
escandaloso ya había sido expulsado del lugar por el cantinero y la calma,
aparentemente, reinaba en el bullicioso lugar. No había, por lo tanto, motivo
de preocupación. El reloj de pared marcó las once de la noche y la hermosa luna
de diciembre, llegaba al cenit.
Sin embargo,
aquellas palabras dichas furiosamente por el borracho impertinente, no dejaron
de hacer mella en la estructura moral del buen hombre y de inmediato, era
lógico, recordó uno de los famosos dichos de su abuela:
-Hijo, no
olvides nunca que cuando el río suena es porque trae piedras, cuídate de
inmediato tomando precauciones.
Y con mucha
prudencia y sin demostrar impaciencia, se levantó de la mesa y se despidió
cortésmente de sus amigos. Estos no pusieron objeción en su retiro y Anselmo
partió para su casa un poco mareado por las muchas copas ingeridas y mordido,
no había la menor duda, por los implacables celos naturales que puede sentir,
desde luego, un hombre totalmente enamorado y después de haber escuchado tantos
improperios sobre su mujer.
Maquinalmente
caminó las cuadras de distancia que había de la Cantina a su casa, la que no era
más que un cuarto de apartamento de los muchos que componían un edificio que en
su conjunto formaban una pequeña ciudadela con el nombre de Mesón El Caracol.
Anselmo
llegó a su cuarto y lo encontró cerrado, la puerta estaba protegida por un mediano pero fuerte candado y al ver
acercarse al mesonero le preguntó:
-¡Señor!
¿Por casualidad no ha visto salir a mi señora?
-Si señor,
la vi salir como a las ocho de la noche, iba muy elegante ¿Por qué?
-No, mi
estimado amigo, no se preocupe, por nada.
-¡Ah! pero
una cosa me dijo la señora, se me olvidaba
.- ¿Qué
cosa? –preguntó Anselmo totalmente preocupado
-Que al
verlo llegar le entregara la llave del candado para que abriera y que no la
esperara, porque si quería regresaba y si no que se fuera al diablo – le dijo y
se marchó sin decir más palabras.
Aquella
brusca razón dejó anonadado al pobre Anselmo, quitó llave y penetró a su cuarto
invadido por un fuerte dolor de cabeza el cual lo hizo tumbarse en su catre
para quedar, en segundos, totalmente fondeado por los efectos del alcohol y por
el impacto emocional de la no esperada noticia.
Al día
siguiente, un tanto atolondrado por la no usual actitud tomada entre sus
compañeros de trabajo el día anterior, la insólita actuación de un borracho
impertinente y la brusca razón dejada por Aurora con el mesonero, lo
mantuvieron preocupado y pensativo
buscando una lógica respuesta a tan inauditas actuaciones.
En
esa meditación profunda estaba Anselmo, sentado en su cama y con la cara cubierta con
ambas manos cuando de pronto, al sonar el reloj de mesa para marcar las
ocho de la mañana, dos agentes policiales se hicieron presente en su cuarto
para indicarle:
-¿Es usted
don Anselmo Pies Calientes?
-Sí, yo soy
¿Por qué?
-Queremos
que nos acompañe, el señor Comandante desea hacerle algunas preguntas.
-¿Sobre qué?
– interrogó Anselmo.
-Lo
ignoramos – respondieron a secas ambos agentes e hicieron un breve tiempo para
dar lugar a que el sorprendido hombre se cambiara de vestimenta.
No hubo más
palabras, Anselmo cerró su cuarto, puso el candado y se dispuso acompañar a los
agentes. Por su mente no se le cruzó, Jamás, que ese sería el último día de
estar en el cuarto que alquilaba para vivir tranquilo con la bella Aurora, en el ya famoso y bullanguero mesón El Caracol.
Poco tiempo
después se supo que el señor comandante lo había detenido, acusándolo
formalmente de haber sido él el autor material en la muerte del hijo del señor
Alcalde, ocurrida en la noche del día anterior a su detención.
Transcurrido
casi un año de esos acontecimientos, se le hizo el juicio correspondiente. La
defensa no fue muy efectiva y la parte acusadora presentó pruebas contundentes
que lo condenaron a purgar la pena de dieciséis años por una muerte que
realmente no cometió.
Después de
la injusta condena, nadie supo del pobre Anselmo, ni su mujer Aurora, ni sus
pocos parientes que le quedaron después de fallecidos sus padres, ni mucho
menos sus amigos. Bien decían las abuelas:
-A la mujer,
a los parientes y a los amigos se conocen cuando uno está en la cárcel o en el
hospital, si llegan de visita es porque en realidad te aprecian y si no, pues
en verdad nunca te apreciaron.
Y así,
completamente olvidado por sus parientes, amigos y por su mujer, transcurrieron
los dieciséis años. Cuando salió de la cárcel contaba con cuarenta y dos años
de edad. Sin embargo no habían pasado los años así por que sí, los había
aprovechado al máximo, ya que en la prisión le habían enseñado varios oficios
con los cuales, él lo confirmaba, podría defenderse.
A pocos días
de haber salido de la cárcel, Anselmo se fue a un pupilaje y luego emprendió la
búsqueda de trabajo el que no le fue difícil encontrar, pues en el periódico
encontró un aviso en el cual la Dirección General de Sanidad solicitaba, a
hombres mayores de cuarenta años, sus servicios para formar cuadrillas de
trabajadores dispuestos a combatir plagas de zancudos diseminados en el
territorio nacional.
Anselmo se
presentó de inmediato a la oficina solicitante y tuvo la suerte de que lo
atendiera Lucio Hermógenes Capa Negra quien, a simple vista, congenió con el
modesto visitante y lo contrató para que formara parte de su escuadrón,
indicándole a su ves la fecha en que tendrían que realizar las venenosas
fumigaciones en el combate del mortal insecto, desde luego, después de
seleccionar al villorrio, aldea, cantón
o pueblo que estuviera mayormente afectado por la plaga.
Con ese
nombramiento, Anselmo se quitó de encima una enorme preocupación y reaccionando
como un hombre diferente, optimistamente exclamó:
-¡Bah! Al
diablo el pasado, mi vida comienza mañana y la tendré que reconstruir.
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Un día de
comienzos del verano, después de terminar las faenas de fumigación en casas y
casuchas de un poblado previamente seleccionado, Capa Negra invitó a Anselmo a
dar un paseo por el parque de ese lejano lugar con el objeto de conocer más de
su idiosincrasia. Y fue precisamente en ese lugar, cuando sentados en un banco
frente al kiosco para escuchar el concierto que en breves momentos ejecutaría
la banda regimental de acuerdo a su programa previamente elaborado de marchas y
valses, cuando una hermosa mujer aproximadamente de unos treinta o treinta y
cinco años de edad, se le acercó tímidamente para preguntarle:
-¡Señor! ¿Es
usted don Anselmo Pies Calientes?
-Si, yo soy
¿En que le puedo servir? – respondió muy sorprendido.
-¡Bueno!
Realmente en nada. Yo lo que quería era cerciorarme de su nombre para confirmar
que usted fue el marido de mi hermana.
-¿De su hermana?
-Si, de
Aurora
-¡Que
extraño! Yo nunca supe que Aurora tuviera hermana, ella jamás me lo dijo.
-Efectivamente,
nunca se lo dijo y ni siquiera se lo mencionó porque siempre se avergonzó de
nuestra familia.
-¿Y eso
porqué?
-Sencillamente
por vivir en un rancho pajizo, en lo mas recóndito de este poblado.
Sinceramente éramos muy pobres y a mi hermana le gustaba mucho el lujo y
aparentar lo que realmente no teníamos ¡Imagínese! A los quince años barajustó
de la casa y nadie supo de su paradero, mi padre ordenó no buscarla, él siempre
decía: Los que no quieran vivir en este rancho pueden irse, nadie los detiene,
su puerta está abierta.
-¿Era
numerosa la familia?
-¡Oh! si,
éramos cinco en total, tres hombres y dos hembras. Los hombres formaron su hogar
y se fueron, únicamente yo quedé con mis padres.
-Y ellos
¿Viven aun?
-Únicamente
mi madre, mi padre falleció hace mas o menos cinco o seis años, después de
enterarse de la muerte violenta que tuvo Aurora y de su participación en el
crimen de Ernesto, el hijo famoso del señor Alcalde que fungía como tal en
aquel tiempo y por el cual, ironías del destino, a usted lo condenaron, según
supimos, a que injustamente purgara la condena de dieciséis años de cárcel
¡Créame! Ese hecho nos conmovió a todos los de la familia pero tuvimos que
callarnos por temor a represalias, Aurora era la mujer del malvado comandante
al cual le temía casi todo el pueblo donde residían.
-¡Que! ¿Qué
dice? ¿Qué Aurora era la mujer del señor Comandante? -preguntó totalmente
sorprendido y luego exclamó- ¡Explíquese!
-Don
Anselmo, tenga calma – respondió la bella mujer con voz suave y muy bien
timbrada – por lo que veo usted fue un hombre ingenuo y confiado. La verdad
era, distinguido amigo, que Aurora jugaba con fuego, tenía dos amantes:
primeramente al hijo del señor Alcalde al que después engañó con el señor
Comandante, imagínese ahora que clase de mujer era – dijo, y cabizbaja continuó
con su narrativa:
-Lo cierto
es que mi pervertida hermana no quiso a ninguno de ustedes, prácticamente los
utilizó, lo que ella quería era que sus tres hombres le satisficieran su
insaciable ambición de lujo, todos sus desquiciados caprichos, sus
inescrupulosas coqueterías y eso, precisamente, la llevó a la tumba.
¡Pobrecita! Ella se lo buscó ¿Qué le parece?
-Pues
sinceramente me parece algo inconcebible de creer y me agradaría saber más de
esa triste historia. Recuerde que su hermana formó parte de mi vida y hasta
este momento ¡Créame! Yo sigo ignorando el motivo de mi arresto, mi larga
condena como un vulgar asesino en fin, tantas cosas. En cuanto a ella, pues
sencillamente y desde el día que salí de la cárcel, no se me ocurrió buscarla
ni mucho menos preguntar el lugar y con quien vive. En este instante se lo
digo: Aurora pertenece a mí pasado no me interesa en lo absoluto, la olvidé
totalmente dentro de mi cautiverio – dijo con una seguridad pasmosa y concluyó
– y ahora que usted me dice que es muerta pues la perdono y que descanse en
paz.
-Si don
Anselmo, después de todo lo que ha
sufrido usted tiene derecho a saber la
verdad; es justo, además, yo tuve la oportunidad de conocerla y estoy dispuesta
a contársela con lujo de detalle.
-Le
agradezco mucho – vaciló por breves segundos y luego preguntó - ¿Señora o
señorita?
-Señorita y
además me llamo Esther – respondió la humilde pero elegante mujer.
-Bien
Esther, entonces si usted lo cree conveniente, mucho me agradaría visitar su
casa para que me la narre mas detenidamente ¿Acepta?
Esther
aceptó, y después de indicarle la dirección de su hogar se despidió cortésmente
de Capa Negra y de Anselmo, en el preciso instante en que la banda iniciaba el
concierto con el rítmico compás del ya famoso paso doble, conocido con el
nombre de El Gato Montés.
El magnífico
atardecer de ese día viernes de verano estaba en su mayor esplendor; eran
exactamente las seis y treinta minutos de la tarde y la silueta de Esther, con
un lento caminar, se perdió en la lejanía.
La vida de
Anselmo, como subalterno de Capa Negra transcurrió en franca camaradería, pero
siempre dentro de los límites del respeto y la disciplina. Capa Negra tenia el
don de saberse comportar como Líder y no como Jefe.
Un buen día,
después de transcurrido dos meses de aquel encuentro casual con la bella
Esther, Capa Negra le preguntó:
-¡Oye!
Anselmo, desde hace varios días te noto un tanto alegre y optimista ¿Puedo
saber el cambio?
-Desde luego
mi jefe, figúrese como es la vida, hay momentos de tristeza, de dolor, de
angustia, de inseguridad y de repente, sin saber porque, todo cambia para luego
experimentar una trasmutación ideal, una quietud de espíritu un no se que
inexplicable que satisface.
-¡Hum!
Anselmo, se me antoja preguntarte: ¿No será Esther la que ha operado el milagro
de esa repentina transformación?
-Si, mi
jefe, usted no se ha equivocado, pues ambos y con el consentimiento de la
madre, una noble y sufrida anciana, hemos decidido contraer matrimonio en una
próxima fecha.
-Te
felicito, sinceramente te felicito, el destino si que te ha dado una magnífica
mujer pero bueno, ¿Y al fin supiste la realidad de tu tragedia?
-Desde
luego, Esther me la relató y quedé totalmente sorprendido. Sinceramente don
Hermógenes, nunca pensé que a mi bondad y a mi honestidad Aurora la haya
llamado tonterías y me condenó a sufrir dieciséis años de cárcel y yo,
sinceramente se lo digo, siempre creí en ella y jamás pensé en que me engañaba
y mucho menos en el daño que me causaría. Pero bien, no hay mal que por bien no
venga ¿Lo cree así, don Hermógenes?
-Claro
que lo creo, lo estoy mirando y eso es decir bastante; además, la realidad es,
mi estimado amigo, que del destino nadie huye, unas son de cal y otras son de
arena, tal el famoso dicho de nuestras abuelas – concluyó encendiendo un
aromático cigarrillo.