sábado, 25 de agosto de 2012

NOCHEBUENA EN LA LUNA ....... HISTORIAS DE UN GRAN ESCRITOR



HOMENAJE A LA MEMORIA DE MI PADRE ... UN GRAN ESCRITOR.... " CESAR AUGUSTO BARRIOS."
ESTOS SON SUS HISTORIAS, TRIUNFOS Y VIVENCIAS....





NOCHEBUENA EN LA LUNA





N O T A

Por unanimidad del jurado calificador, este cuento obtuvo el primer lugar en el concurso de cuentos de Navidad patrocinado por la Prensa Gráfica, en diciembre de 1969. Fue publicado en la edición del 25 de diciembre de ese mismo año.

El jurado calificador fue integrado por los escritores nacionales siguientes: Dr.Jorge Vitelio Luna, doña Emma Posada de Morán y profesor Jorge Lardé y Larín.



NOCHEBUENA EN LA LUNA



Los relojes marcaban las cinco de la tarde. Era 24 de diciembre y al igual que otros años, la ciudad de San Salvador dejaba sentir el inicio de un clásico entusiasmo que contagia.

Otro 24 de diciembre en la vida de Natividad García, que tomó cauces de mucha alegría desde el instante aquel, en que la pagadora de la oficina le entregó  un salario sin ningún descuento.

Por fin, libre de deudas – pensó – si acaso uno que otro compromiso insignificante que  se podía solventar  de inmediato, pero realmente no ameritaba  tal actitud.

Se despidió de sus compañeros de trabajo con el tradicional ¡Felices Pascuas!  y caminó por aquellas calles bullangueras olorosas a pólvora quemada, adornadas con artísticas pascuas rojas  salpicadas por nieve artificial.

Natividad García era, a no dudarlo, un hombre feliz, y en su mente resonaban las minúsculas vocecitas de sus dos pequeños hijos, pidiéndole a Santa Claus todo aquello que puede ser posible en la imaginación fecunda de los niños.

No vaciló en ningún momento en visitar las vitrinas de los almacenes  y hacia ellas se encaminó. Observó una y otra y al encontrar  los juguetes que buscaba, sus ojos se fueron deteniendo en cada uno de los que ahí se exhibían y los cuales le evocaban a cada instante, las épocas pretéritas de su infancia.

Luego clavó sus ojos en un pequeño juguete que no era más que la réplica a escala del Apolo Doce, fabricado por los °gringos°

El juguete estaba muy bien ubicado en aquel rincón de la vitrina. Indudablemente manos femeninas lo habían adornado de tal manera, que el menudo artefacto de hojalata  daba la impresión de ir en pleno vuelo hacia la Luna.

Natividad García lo miró  fijamente y paso a pasito, fue dando rienda suelta a su imaginación ...

El Apolo Doce era ahora aquel animal de acero presto a zarpar hacia el infinito y sin pronunciar palabra, Natividad  corrió hacia él; abrió bruscamente la puerta y penetró un tanto cansado. Los motores se encendieron de inmediato iluminando totalmente la plataforma  y el coloso empezó a rasgar con su rugido  y su fuego, la oscuridad de la noche.

En pleno vuelo Natividad observaba aquel espectáculo maravilloso, la tierra se le escapaba de los ojos y poco a poco se iba achicando hasta quedar,  en la lejanía, como una bola verdiazul que iluminaba el negro infinito.

De pronto apareció la tranquila masa selenita y la cápsula espacial entró en órbita lunar. Dio una, dos, quizá tres vueltas a su alrededor  hasta que desprendió la pequeña navecilla que en forma perfecta  alunizó.

Natividad bajó y después de cerciorarse de la seguridad que podría brindarle el arenoso suelo de la Luna, comenzó a caminar.

-Es raro, distinto, no hay vegetación; este debe ser el Mar de la Tranquilidad que tanto se ha mencionado. – Así hablaba Natividad García, para sí mismo, cuando de pronto una voz femenina  lo distrajo.

-Oye, terrícola, ¿qué quieres?

-¡Oh! Usted, señora;  bueno, realmente no lo sé.

-Tienes razón, no contestes nada. Los terrícolas así son, nunca saben lo que realmente quieren.

-Pero señora ...

-No, calla, no digas nada. Yo sé tanto de ustedes... tanto como para asegurar que allá en la tierra, los rotativos anuncian a grandes titulares el descenso perfecto en mi suelo de esa nave insignificante, que cuesta millones y más que eso, representa el esfuerzo total  de la sabiduría humana; posiblemente  innecesario, posiblemente útil a la humanidad.

-Señora, ¿Quién es usted y qué hace aquí tan sola? – Interrumpió García.

-Te equivocas – respondió la señora – mi nombre es °Luna° y no estoy  tan sola como tú crees. Ven, te mostraré mi mundo que jamás hombre alguno, antes que tú, ha osado ver.

La anciana alargó su blanquecina mano y asido de ella, Natividad García caminó firmemente. Penetraron sigilosamente  por uno de los cráteres y a medida que avanzaban, llegaba a los oídos de Natividad las armoniosas voces de mujeres y niños que entonaban cánticos propios de nochebuena.

Por fin llegaron y cual fue la sorpresa  de García, cuando ante sus ojos apareció un palacio moderadamente decorado. El portón se abrió automáticamente y caminaron por los brillantes pisos de los amplios corredores de aquel palacio, en donde todo era alegría  y fiesta de colores.

Siguieron caminando y observó cómo tres bellas mujeres se aferraban a los preparativos de nochebuena y como, en un salón silencioso, una rubia mujer se mantenía en actitud  meditabunda, observando a través de un enorme telescopio que desde el fondo de aquel palacio subterráneo salía su lente a la superficie lunar.

-Doña Luna, todo esto me confunde ¡es increíble!

-Ciertamente García, tiene que parecerte increíble – respondió la anciana.

-Dígame, ¿esas hermosas señoritas son sus hijas?

-Sí, son mis hijas. Ellas son  las que alientan el crecimiento vegetal de la tierra, las que intervienen en el proceso evolutivo de los seres – confirmó la anciana, y agregó – Estas cosas nadie las puede comprender y sin embargo  son ciertas .Estas hijas mías, allá en la tierra, las conocen como Fases de la Luna.

-Son hermosísimas; pero y esa señorita, ¿qué hace tan pensativa en un día como este? – Repreguntó García refiriéndose a la que se encontraba en aquel cuarto estudio

-Bien, ella es °Luna Llena°, en estos momentos engalana  a vuestro planeta. ¿Quieres observar tú también? – Ofreció la anciana.

-Desde luego que sí,  doña Luna, si usted lo permite.

-Ven García, ahora verás la verdad de la Madre Tierra.

Ambos se dirigieron al inmenso salón y la anciana colocó a Natividad ante otro gran telescopio que ahí se encontraba.

- ¿Qué observas? – preguntó la señora.

-A la tierra – respondió Natividad – es tan bella que bien pudiera decirse es una preciosa bolita de cristal, como esas que se ponen de adorno en los arboltos de nochebuena.

-Sí, su luz es refulgente y su presencia en el infinito es majestuosa. Pero regula el telescopio, para que puedas observar lo que realmente pasa en su interior. ¡Vámos hombre! ¿Tienes miedo?

-No doña Luna, no tengo miedo, ahora mismo lo haré.

Natividad ajustó el aparato y sus ojos empezaron a escudriñar la tierra, de pronto respondió:

-¡No! No puede ser.

-¿Te asombras?

-Sí, realmente estoy perplejo.

-Pues no te asombres, esa es la Tierra; siempre ha sido así después de que los hombres se creyeron poderosos. Han vivido  en constante zozobra, las naciones se odian  unas a otras y aparentan una hermandad que no existe, que nunca ha existido. ¡Mira! Allá, dos potencias aferradas a seguir violando mis entrañas; derrochando millones para conseguirlo, mientras dejan que los pueblos mueran paulatinamente de hambre. Tienes ante ti el espectáculo de los siglos; las naciones enfrascadas en guerras inútiles donde el odio y la venganza imperan, precipitando a la humanidad a un caos económico funesto. – Concluyó doña Luna  un tanto emocionada.

-Ciertamente, doña Luna, los hombres sedientos de poder, de riquezas, se olvidan también de celebrar el contenido real, de lo que será siempre la nochebuena.

-Sí, García, lejos va quedando ese contenido; lejos está el mensaje de amor, de paz, de concordia.

-Sí, doña Luna, lejos va quedando – contestó García enjugando una furtiva lágrima.

-Vamos García, ya no té quito más tiempo; hoy es nochebuena y tú tienes que estar en tu mundo, aquí en la Luna la Navidad es menos bullanguera, quizá más apegada a lo místico. Vuelve a tu nave espacial García y trata de hacer feliz a los que te rodean, ellos te necesitan.

Natividad García no tuvo tiempo para despedirse, corrió hacia la pequeña nave que lo llevaría a la enorme cápsula para emprender el retorno, mientras en la tierra, los relojes marcaban las siete de la noche.

-Señor, señor ¿me compra La Prensa Gráfica? – Era la pequeña vocecita de un niño que sacaba a Natividad de un mundo de fantasía, para tornarlo a la realidad.

-¿La Prensa Gráfica? ¡Claro cipote! Aquí tienes.

Decidido entró al almacén, compró los juguetes e inclusive el pequeño cohete de hojalata. Al salir alzó sus ojos  al cielo y al ver al hermoso satélite, dijo:

-Desde luego que no contaré nada a nadie, me creerían loco de remate. ¡Felices Pascuas doña Luna, Felices Pascuas!

Y por las capitalinas calles abigarradas, camina solemnemente la alegría vestida de Luna.

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