sábado, 11 de agosto de 2012

OPERACIÓN PAVO..... HISTORIAS DE UN GRAN ESCRITOR.



HOMENAJE A LA MEMORIA DE MI PADRE ... UN GRAN ESCRITOR.... " CESAR AUGUSTO BARRIOS."
ESTOS SON SUS HISTORIAS, TRIUNFOS Y VIVENCIAS....


"OPERACIÓN PAVO

  
Jamás, en la vida de un perro, se había despertado el instinto de comerse en familia un pavo entero en nochebuena. Pero todos los nunca se llegan y aconteció, en un 24 de diciembre, no recuerdo muy bien el año, que los chuchos de mi buen amigo Chepe Mercado, confabularon una secreta misión a la que ellos mismos bautizaron con el nombre, muy sugestivo por cierto, de operación pavo. Me limitaré a los hechos de tan verídica gesta, un poco más adelante.

Mi buen amigo chepe era un campesino de pelo en pecho y su magnífica mujer, la Romilia, se había cuidado muy bien de no darle muchos hijos. A estas horas únicamente tenían la parejita.

Ellos mismos me contaron la forma en que se hicieron cargo de admitir en el rancho a  dos cuadrúpedos cachorros,  perdidos desde luego en el mero corazón del pueblo y que a no dudar, pertenecían a la estirpe muy noble y leal, de los perros aguacateros..

A estas alturas, no del todo flacos pero si un poco desnutridos, entre palos y caricias habían congeniado con el humilde hogar

¿Cómo llegaron al rancho? Eso fue muy sencillo. Un domingo por la mañana, al salir de la vetusta ermita después de escuchar devotamente la santa misa, un par de chuchos los persiguieron por todo el camino atraídos por un cierto olor a carne fresca que salía del pequeño canasto de la Romilia, seguramente comprada un poco antes en la congestionada placita pueblerina.

Ellos no se dieron cuenta de la pequeña persecución canina, pero lo cierto fue que al llegar al rancho, ya casi a la hora del diablo, como suelen decir esas gentes, los perros poniendo una carita de inocentones y meneando la cola con aristocrático ritmo, cautivaron el corazón montuno de Mercado.

- ¿Aloye Romilia, de dónde  diablos salió ese par de chuchos?

-¡Yo que sé hombre! A mi me preguntás. Pero mirá, no son tan  feyos esos chuchos recondenados.

-Pués tenés razón vos, mujer; viéndolos bien y detenidamente, no son tan feyos los aguacateros..

-Chepe, que se miace que son de raza  pues por su talante en nada se parecen a los aguacateros. Yo, sinceramente, me quedaría con ellos.¿Porqué no los aquerenciamos? Al fin y al cabo donde come uno puede comer un montón. Además ¿Te acordás cuando le dieron bocado a Pulgón? El no era un chucho de raza, pero el pobrecito hacía lo posible por ser un  perrazo cazador, estos pueden ser  sus dignos sustitutos.¿Qué te parece?.

-¡Pués claro que me acuerdo! Por eso mesmo lo mataron, por puritita envidia.

El indio se quitó la camisa y sacando después de la bolsa izquierda de la misma un largucho puro de a diez, lo encendió en el bracerío de la hornilla improvisada de la Romilia, lo chupó fuerte, lanzó luego una bocanada de humo y se quedó pensativo haciendo maquinalmente coronitas con la hebra fina del que salía del puro encendido; luego, después de meditar largo y tendido la propuesta de su mujer y con la seguridad de mantenerlos, categóricamente dijo:

-Vos tenés razón vieja, los chuchos se quedan, de algo mian de  servir.

-¡Qué bueno vos! ¿Y que nombre les vas a poner, oyó?

-¡Bah! Eso es lo de menos, cualquier nombre, al fin y al cabo son chuchos.

-¡Qué caray! Pero aparentan ser chuchos de raza, no son  cualquier babosá.

-Está bien mujer, esta bien, que se llamen Coyote y Cangrejo – respondió Chepe señalando a cada uno con su dedo índice negruzco de tanto fumar.

-No creyas hombre, no se oyen tan mal. Así que se llamen – confirmó la laboriosa mujer.

Desde ese instante tuvieron nombre y por primera vez, en su perruna vida, los trataban con cariño. No, comentaban, nunca se alejarían de este rancho,ni de Chepe Mercado, ni de la Romilia, ni de sus pequeños hijos. Este sería, de aquí en adelante, su nuevo hogar, su dulce hogar; no más que habría que acomodarse y congeniar con algunos bravucones y engreídos chuchos de la comarca.

En familia ya, ambos perros se alejaban con cautela del  rancho,y después de encontrar lugares estratégicos para dejar el tufo de su estirpe, alzaban la pata derecha trasera para orinar a su placer y sin el temor de que alguien los recriminara. Eso era, pensaban, la ventaja de pertenecer al reino animal y no al reino racional, donde todo anda al revés. Después de orinar olfateaban muy bien el lugar y continuaban su ligera inspección ladrando y haciendo pequeñas cabriolas, juegos muy propios como cachorros en pleno crecimiento, en el limpio patio de la tierra del indio que a decir verdad, ya la sentían muy suya.

Volviendo al caso que nos ocupa, tornemos a nuestro bullanguero 24 de diciembre.

José Mercado Muñoz, su mujer y sus dos pequeños hijos se encontraban de regreso a su rancho. Venían del cabildo, donde se les había repartido, por gracia y buena fe de don Fernando Brión, el hombre mas rico de ese lugar, algunos juguetes que avivan la imaginación fértil de los niños.

Matilde, la niña de cinco primaveras, traía recostada en su hombro izquierdo la hermosa y pintarrajeada muñeca de trapo, mientras que su hermanito mayor, apretaba en su pecho la plástica pelota multicolor.

Los dos perros, hechos una rosca en el corredor del rancho, al sentirlos llegar corrieron hacia ellos alegres y juguetones. El indio, mezclando su alegría navideña con la de los perros, les acarició  suavemente las orejas y segundos más tarde les ordenó:

-¡Vaya! Ya estuvo, ya estuvo carajos, ya estuvo les digo, cálmense – y sentándose luego en un taburete de laurel, miró de reojos a su mujer y cuando la Romilia atizaba el fuego de la hornilla para calentar el almuerzo, cabizbajo y pensativo el marido exclamó:

-¡Aloye vieja! Como se miace que comeremos guajolote hoy en la noche en compañía de los compadres.

_!Jesús María! – contestó la mujer poniendo una cara de espanto y agregó – si esos benditos animales cuestan un ojo de la cara, son pulgas que no saltan en nuestro petate.

-Ya ves, vos tenés la culpa. Si te hubieras puesto a criarlos con tiempo hoy no estarías diciendo tonteras. Vos perdiste la oportunidad de mercarlos cuando  aquella señora del mercado te los ofreció recién nacidos y estaban baratos, diez chumpipitos por un colón. A estas alturas, con esos diez chumpipones bien gordos, te aseguro que nos estuviéramos bañando en agua florida. Pero vos  has tenido la culpa, no hay duda no hay duda.

-¿Qué yo tengo la culpa?  ¡Bah¡ solo eso me faltaba. La culpa la tenés vos.¿ Que ya no te acordás que yo no puedo criar ni patos ni gallinas ni guajolotes porque tenés la vista muy fuerte? ¡Claro¡ al verlos vos les hacés el mal diojo y ¡pum¡ cayen redondos.

-¡Bonito pué¡ supersticiones de mujer – masculló entre dientes el marido levantándose del taburete para encender en la hornilla el  puro recién apagado.

Los flacuchos perros que habían oído la no muy optimista conversación, acordaron en secreto:

-Oye Cangrejo – dijo Coyote – que te parece si le sacamos un pavo a don Fernando, tiene bastantes.

-¡Hum¡  yo creo que nos será difícil – confirmó Cangrejo y agregó – no se te olvide que esos 500 guajolotes pecho ancho están custodiados por cinco y muy bien alimentados Bóxer. Esos congéneres nuestros son capaces de devorarse en menos de quince minutos a un buey. ¡Imagínate¡  a un buey y ahora a  nosotros, dada nuestra constitución física, estoy seguro mi querido amigo, desapareceríamos de esta perra vida en menos de dos segundos y eso, lo confirmo,  en forma modesta.

-No te hagas el cobarde viejo, si para esta operación no necesitaremos la fuerza bruta. ¡La cabeza hermano, la cabeza¡  ¿Entonces para que la tenemos? ¿De adorno quizá? – dijo resueltamente Coyote templando sus hermosas orejas color canela y exponiendo con lujo de detalle su magnífico plan.

-Bueno, en realidad no está tan mal. De acuerdo, pero serás vos el que se encargue de provocar la bronca. Yo, desgraciadamente, no puedo correr muy bien desde aquel día en que la Romilia te lanzó la mano de moler en desagravio porque te comiste su unto sin sal y la candela de sebo. Ya ves, en lugar de caerte a vos me cayó a mí y me dejó un poco desquiciado el trasero. Pero en fin, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Ya verás, pronto me sanaré con las yerbas que día a día me harto y dentro de poco verás a tu fiel amigo a todo meter, te lo prometo, ya lo verás.

Convencidos al fin del buen resultado que les daría su ingenioso plan, los dos perros se pusieron en camino hacia la granja de don Fernando Brión. La tarde caía lentamente dibujando en el horizonte celajes maravillosos y bandadas de pájaros buscaban alegres sus nidos. Por fin llegaron al sitio convenido.

Ambos perros inspeccionaron muy bien el lugar, todo estaba en calma, y los perros guardianes de las enormes galeras donde generalmente alimentaban y dormían  los pavos,  estaban completamente seguros que nadie osaría penetrar al recinto, ni hombre ladrón ni mucho menos un vulgar tacuazín estando ellos de guardia.

Coyote y Cangrejo conversaron en voz baja antes de ejecutar su fabulosa operación pavo, comprobando que sería muy fácil ya que, lo habían observado, andaban no muy lejos de las galeras algunos pavos jóvenes un tanto idiotas y lo que era fundamental para su operación, existían en el cercado del corral muchos huecos por donde escapar, que gracias a la haraganería de los mozos no se habían dado la tarea de reparar. Mirándose fijamente y seguros de su futuro triunfo, emprendieron la ejecución de su plan.

Coyote entró sigilosamente por debajo de un hueco del cerco de púas al peligroso lugar y ya estando adentro, en actitud de guerra, lanzó tres débiles ladridos: ¡Guan, guan, guan¡.

No se vaya a pensar que nuestro héroe estaba anémico o padeciendo alguna enfermedad infecto contagiosa que le impidiera ladrar como lo haría un perro de su clase muy bien cuidado no, de ninguna manera, actuaba así por un total miedo temerario al considerar que su constitución física no era capaz de competir con sus adversarios que estaban atendidos por veterinarios y entrenadores de perros académicos ¡Vaya desigualdad¡, pensaba para sí el valiente animal.

Sin embargo, el creía en la filosofía del indio de que estómago lleno no deja pensar la cabeza y por lo tanto, sus adversarios lo atacarían en forma incoherente sin pensar siquiera, en los muchos huecos del cercado por donde se podía escapar.

No pasaron dos segundos cuando los Bóxer se lanzaron sobre su presa y Coyote, cubriendo su honor con la cola, en vertiginosa carrera, juntamente con sus perseguidores, se perdieron bajo la capa de una espesa nube de polvo.

Cangrejo, que no era ningún sencillo, aprovechó la confusión y penetrando al recinto por el mismo lugar en que lo hizo su compañero, muy tranquilamente cayó sobre el chompipe más gordo que andaba fuera del corral, Le apretó fuertemente con su hocico el pescuezo hasta dejarlo completamente muerto, y muy campante,  como si fuera un perro de clase, arrastró treinta y dos libras con dificultosa fuerza perruna por todo el camino.

 Nadie lo vio, la gente del valle estaba ya recogida en sus chozas haciendo los preparativos de Nochebuena y la tarde, lentamente, había dado paso a la noche. La luna llena comenzaba a salir y una brisa un tanto fría,  envolvía al caserío.

 Cuando llegó a la choza de Chepe Mercado, encontró en el patio a Coyote con dos cuartas de lengua salida y casi sin respiración. Colocó su presa totalmente muerta en el corredor y a sus constantes ladridos, como queriendo decir ¡Felices Pascuas familia¡, salieron Mercado y la Romilia.

¡Sorpresa¡  Ambos se quedaron boca abierta y fue el hombre quién increpó al valiente animal, sin percatarse que Coyote era el autor  de tan genial aventura.

-Cangrejo ladrón, de dónde diablos abís sacado ese guajolote; hoy si que ya me fregó la rural. Te voy a dar tu merecido por bruto, recondenado chucho.

-No hombre, mirá que nos ha hecho un favor – contestó la Romilia conteniendo el impulso del marido – además, seya de donde seya, ese guajolote nos ha caído del cielo  y si es de donde yo me imagino, pué uno más o uno menos no harán a don Fernando ni más pobre ni más rico.

-¡Achís¡ deveritas que si, tenés razón vos mujer, preparalo antes de que se arruine.

A las doce de la noche, en un pesebre, nacía el amor arrullado por el suave aliento de una mula y un buey el cual, en fusión divina, hacía tibio al gélido viento.

Mientras, nuestros héroes, Cangrejo y Coyote, huyendo del  constante reventar de cohetes y buscaniguas, se les fue por alto compartir con sus amos el sabroso banquete del enorme guajolote en recaudo."

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