martes, 7 de agosto de 2012

HISTORIAS DE UN GRAN ESCRITOR...



 HOMENAJE A LA MEMORIA DE MI PADRE ... UN GRAN ESCRITOR.... " CESAR AUGUSTO BARRIOS."
ESTOS SON SUS HISTORIAS, TRIUNFOS Y VIVENCIAS....

  

EL HOMBRE QUE CAYÓ EN EL POZO



 N O T A

Este cuento obtuvo el tercer lugar en el concurso literario de Cuentos de Navidad, patrocinado por La Prensa Gráfica durante el año de 1967. Fue publicado en la edición del periódico correspondiente al 24 de diciembre de ese mismo año.

El jurado calificador estuvo integrado por los escritores nacionales siguientes: Profesor Francisco Morán, doña Rosa de
Doumakis y don Carlos López Sosa.


  
Sancho Modesto era un hombre dedicado exclusivamente a la agricultura; como tal era propietario de un pequeño terreno situado en las afueras de la ciudad y en el cual, con mucha dedicación y esfuerzo, había logrado construir una amplia casa de bahareque, un pozo con el que se abastecían de agua sus vecinos, inclusive sus familiares, y un bonito jardín que a diario cuidaba su mujer.

Era padre de tres chiquillos y el mayor de ellos, que frisaba entre los  siete años, tenía ya aprobado el tercer año de primaria.

Los tres niños ya, anticipadamente y a iniciativa del mayor, le habían escrito al Niño Dios pidiéndole los juguetes de diversas formas, que algunas, sólo en su pequeñita cabeza podían existir.

Serían exactamente las ocho de la mañana de aquel 24 de diciembre, cuando Sancho Modesto decidió salir de compras por la ciudad.

Su mujer, un tanto recelosa, preguntó:

-Sancho, prometiste limpiar el pozo, ¿Ya se te olvidó?

-Claro que no mujer, pero es que ...

-Nada de peros, ya sé que al ir  a la ciudad  a lo mejor te ves con esos tus amigotes y se te hace tarde para venir.

-Descuida,  mujer,  descuida; lo que Sancho promete lo cumple.

-¡Promesas!

-Palabra que sí, ya verás.

No dijo más, tomó su sombrero nuevo de palma y con paso firme salió de la casa.

Pasaron minutos, quizá horas y Sancho no regresaba. Cuestión de hombres, presentimientos de mujeres; la verdad era que  Sancho había encontrado por casualidad desde luego, a sus viejos amigos y justo era invitarlos  a charlar un poco en cualquiera de los cafetines de la ciudad.

Hubo varias copas, preámbulo alegre de Navidad, y los relojes marcaban las dos de la tarde.

-¡Caramba! se me hizo tarde – dijo mirando su reloj de pulsera – mi mujer debe estar furiosa, le prometí tantas cosas  ...

Se levantó rápido y sin mucha ceremonia se despidió de sus amigos. Ninguno de ellos protestó, solamente se concretaron a pronunciar:

-¡felices Pascuas!

Abordó un taxi y en todo el trayecto le martillaban en su cerebro las palabras  de: °Prometiste limpiar el pozo, ¿Ya se te olvidó? °

En poco tiempo llegaba al hogar, dulce hogar; decidido a que  su mujer  lo increpara, pues  realmente era culpable, no vaciló en entrar.

Cosa extraña, no había nadie, al parecer mujer e hijos habían salido de compras; mejor todavía, la suerte estaba de su parte.

Los jaiboles habían producido  un leve  dolor de cabeza y Sancho Modesto  pensó que bien podía echar una siestecita, antes de cumplir la promesa de limpiar el pozo.

El tiempo corría inexorable  ......................................................
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Él quería limpiar el pozo de la casa. De pronto, súbitamente, el broquel  cedió y aquel hombre sin pronunciar ningún lamento, entre golpe y golpe en el estrecho cilindro, cayó por fin en el agua; aquella agua que desde arriba parecía un espejo tragando cielo y fragmentos de sol.

Un silencio total, Sancho Modesto reaccionó de pronto; intentó flotar, mas sus fuerzas  no respondían a su angustia. Vaciló más y más, sus manos  se aferraban a rasgar las duras paredes cilíndricas y poco a poco su aliento de hombre, de rey de la creación, se perdía en la reducida y profunda  porción de agua cristalina de aquel  antiguo pozo de la casa.

Pasaron minutos, quizá horas que parecían siglos de constante zozobra pero todo fue en vano, y su pesado cuerpo ya agotado por la tenaz lucha contra el elemento, tiempo más tarde, pretendía confundirse con una marcada espiral que allá,  en las profundidades del pozo prolongaban una eterna oscuridad.

Ya no había lucha y un recuerdo menudito, tan sencillo como la vida misma, fue invadiéndolo hasta llevarlo a los linderos de la infancia que diáfana juega  con el trompo de colores, con las bolitas de cristal, con los barriletes, hasta platicar con los pájaros y las flores.

Se acordó cuando asido de la mano de su rígido padre, cuando éste lo llevó al pueblo por primera vez, para comprarle una camisa blanca y luego a la bulliciosa ciudad, donde pudo recrear sus ojos  en un paraíso  de juguetes metidos todos  en las vitrinas muy bien dispuestas. Eso era en la víspera de Noche Buena.

Cómo ansiaba un aeroplano para viajar a las nubes. Cómo un triciclo para lucirlo por las calles del pueblo e ir fingiendo un pito con su boca liviana olorosa a ilusiones precoces. O aquel trencito de cuerda en cuyos vagones, llevaría el regalo de cumpleaños a la madre amorosa, ahora ausente por los caminos del tiempo.

Aquel robot gris y luminoso podría serle útil, sobre todo en el juego de las guerrillas con los soldaditos de plomo.

Que indecisión, todo un mundo de juguetes y no había por cual empezar. Tan cerca los tenía y tan lejos que estaban.

Bueno, realmente tener cualquiera era igual, bastaba escribirle al  Niño Dios y todo estaría arreglado.

Y que feliz se sintió cuando llegaron de regreso al pueblo, ya era entrada la noche y un continuo reventar de cohetes y buscaniguas alegraban el momento.

Él contó con detalle a sus hermanos, inclusive a sus menudos vecinos, todo aquel tropel de juguetes que había descubierto entre la selva de gas neón.

Sin embargo las imágenes se iban poco a poco desvaneciendo y tornó de nuevo a su constante lucha, a un último intento por salvarse pero  su aliento se perdía en una inmensa oscuridad.

Todo fue oscuridad, oscuridad  ..................................................

Mientras, al declinar  la tarde, en el broquel, el sol alumbraba leve y oblicuamente una de sus partes y los pájaros  del campo quizá, por ironías del tiempo, entonaban su canto como un presagio de Navidad, de Feliz Navidad.

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-Vamos hombre dormilón, es hora de comprar los juguetes a los niños  y de que limpies el pozo
                                                                      
-¿Limpiar el pozo?  ¡Bah! mujer, hay más tiempo que vida.

Aquella Navidad fue mucho más alegre que nunca  en el hogar  de Sancho Modesto, había  comprobado que la vida es un sueño y a su vez, un constante batallar por la existencia.

Afuera, en el patio de la casa, los tres niños como tres Reyes Magos, iniciaban el canto sonoro y alegre de la Noche Buena, reventando cohetes y buscaniguas.

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