HOMENAJE A LA MEMORIA DE MI PADRE ... UN GRAN ESCRITOR.... " CESAR AUGUSTO BARRIOS."
ESTOS SON SUS HISTORIAS, TRIUNFOS Y VIVENCIAS....
EL HOMBRE QUE
CAYÓ EN EL POZO
N O T A
Este cuento obtuvo el tercer lugar en el
concurso literario de Cuentos de Navidad, patrocinado por La Prensa Gráfica
durante el año de 1967. Fue publicado en la edición del periódico
correspondiente al 24 de diciembre de ese mismo año.
El jurado
calificador estuvo integrado por los escritores nacionales siguientes: Profesor
Francisco Morán, doña Rosa de
Doumakis y don
Carlos López Sosa.
Sancho Modesto era
un hombre dedicado exclusivamente a la agricultura; como tal era propietario de
un pequeño terreno situado en las afueras de la ciudad y en el cual, con mucha
dedicación y esfuerzo, había logrado construir una amplia casa de bahareque, un
pozo con el que se abastecían de agua sus vecinos, inclusive sus familiares, y
un bonito jardín que a diario cuidaba su mujer.
Era padre de tres
chiquillos y el mayor de ellos, que frisaba entre los siete años, tenía ya aprobado el tercer año
de primaria.
Los tres niños ya,
anticipadamente y a iniciativa del mayor, le habían escrito al Niño Dios
pidiéndole los juguetes de diversas formas, que algunas, sólo en su pequeñita
cabeza podían existir.
Serían exactamente
las ocho de la mañana de aquel 24 de diciembre, cuando Sancho Modesto decidió
salir de compras por la ciudad.
Su mujer, un tanto
recelosa, preguntó:
-Sancho, prometiste
limpiar el pozo, ¿Ya se te olvidó?
-Claro que no
mujer, pero es que ...
-Nada de peros, ya
sé que al ir a la ciudad a lo mejor te ves con esos tus amigotes y se
te hace tarde para venir.
-Descuida, mujer,
descuida; lo que Sancho promete lo cumple.
-¡Promesas!
-Palabra que sí, ya
verás.
No dijo más, tomó
su sombrero nuevo de palma y con paso firme salió de la casa.
Pasaron minutos,
quizá horas y Sancho no regresaba. Cuestión de hombres, presentimientos de
mujeres; la verdad era que Sancho había
encontrado por casualidad desde luego, a sus viejos amigos y justo era
invitarlos a charlar un poco en
cualquiera de los cafetines de la ciudad.
Hubo varias copas,
preámbulo alegre de Navidad, y los relojes marcaban las dos de la tarde.
-¡Caramba! se me
hizo tarde – dijo mirando su reloj de pulsera – mi mujer debe estar furiosa, le
prometí tantas cosas ...
Se levantó rápido y
sin mucha ceremonia se despidió de sus amigos. Ninguno de ellos protestó,
solamente se concretaron a pronunciar:
-¡felices Pascuas!
Abordó un taxi y en
todo el trayecto le martillaban en su cerebro las palabras de: °Prometiste limpiar el pozo, ¿Ya se te olvidó?
°
En poco tiempo
llegaba al hogar, dulce hogar; decidido a que
su mujer lo increpara, pues realmente era culpable, no vaciló en entrar.
Cosa extraña, no
había nadie, al parecer mujer e hijos habían salido de compras; mejor todavía,
la suerte estaba de su parte.
Los jaiboles habían
producido un leve dolor de cabeza y Sancho Modesto pensó que bien podía echar una siestecita,
antes de cumplir la promesa de limpiar el pozo.
El tiempo corría
inexorable
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Él quería limpiar
el pozo de la casa. De pronto, súbitamente, el broquel cedió y aquel hombre sin pronunciar ningún
lamento, entre golpe y golpe en el estrecho cilindro, cayó por fin en el agua;
aquella agua que desde arriba parecía un espejo tragando cielo y fragmentos de
sol.
Un silencio total,
Sancho Modesto reaccionó de pronto; intentó flotar, mas sus fuerzas no respondían a su angustia. Vaciló más y
más, sus manos se aferraban a rasgar las
duras paredes cilíndricas y poco a poco su aliento de hombre, de rey de la
creación, se perdía en la reducida y profunda
porción de agua cristalina de aquel
antiguo pozo de la casa.
Pasaron minutos, quizá
horas que parecían siglos de constante zozobra pero todo fue en vano, y su
pesado cuerpo ya agotado por la tenaz lucha contra el elemento, tiempo más
tarde, pretendía confundirse con una marcada espiral que allá, en las profundidades del pozo prolongaban una
eterna oscuridad.
Ya no había lucha y
un recuerdo menudito, tan sencillo como la vida misma, fue invadiéndolo hasta
llevarlo a los linderos de la infancia que diáfana juega con el trompo de colores, con las bolitas de
cristal, con los barriletes, hasta platicar con los pájaros y las flores.
Se acordó cuando
asido de la mano de su rígido padre, cuando éste lo llevó al pueblo por primera
vez, para comprarle una camisa blanca y luego a la bulliciosa ciudad, donde
pudo recrear sus ojos en un paraíso de juguetes metidos todos en las vitrinas muy bien dispuestas. Eso era
en la víspera de Noche Buena.
Cómo ansiaba un
aeroplano para viajar a las nubes. Cómo un triciclo para lucirlo por las calles
del pueblo e ir fingiendo un pito con su boca liviana olorosa a ilusiones
precoces. O aquel trencito de cuerda en cuyos vagones, llevaría el regalo de
cumpleaños a la madre amorosa, ahora ausente por los caminos del tiempo.
Aquel robot gris y
luminoso podría serle útil, sobre todo en el juego de las guerrillas con los
soldaditos de plomo.
Que indecisión,
todo un mundo de juguetes y no había por cual empezar. Tan cerca los tenía y
tan lejos que estaban.
Bueno, realmente
tener cualquiera era igual, bastaba escribirle al Niño Dios y todo estaría arreglado.
Y que feliz se
sintió cuando llegaron de regreso al pueblo, ya era entrada la noche y un
continuo reventar de cohetes y buscaniguas alegraban el momento.
Él contó con
detalle a sus hermanos, inclusive a sus menudos vecinos, todo aquel tropel de
juguetes que había descubierto entre la selva de gas neón.
Sin embargo las
imágenes se iban poco a poco desvaneciendo y tornó de nuevo a su constante
lucha, a un último intento por salvarse pero
su aliento se perdía en una inmensa oscuridad.
Todo fue oscuridad,
oscuridad
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Mientras, al
declinar la tarde, en el broquel, el sol
alumbraba leve y oblicuamente una de sus partes y los pájaros del campo quizá, por ironías del tiempo,
entonaban su canto como un presagio de Navidad, de Feliz Navidad.
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-Vamos hombre
dormilón, es hora de comprar los juguetes a los niños y de que limpies el pozo
-¿Limpiar el
pozo? ¡Bah! mujer, hay más tiempo que
vida.
Aquella Navidad fue
mucho más alegre que nunca en el
hogar de Sancho Modesto, había comprobado que la vida es un sueño y a su
vez, un constante batallar por la existencia.
Afuera, en el patio
de la casa, los tres niños como tres Reyes Magos, iniciaban el canto sonoro y
alegre de la Noche Buena, reventando cohetes y buscaniguas.
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